- Cuando te rasuras te pareces casi a tí mismo cuando nos conocimos.
- Yo prefiero no rasurarme.
- Te ves súper chistoso.
- Afeito toda mi personalidad cada que me rasuro.
- Si después de rasurarte te peinas, te perfumas, te pones zapatos, una corbata y me hablas bonito te haré el amor como cuando nos conocimos, en honor a la suavidad de la memoria.
Mi Secretario se quedó serio, escuchando el agua de la regadera cayendo en el piso, a su novia bostezando y rozando su cuerpo sobre la cama de estirarse como holoturoideo apenas despierto o como cecilia modorra, el golpeteo del rastrillo en el lavabo sucio y el pesado respirar del Señor Barrigas que nunca se levantaba temprano cuando debía. Serio, volteó todo su desnudo cuerpo y viendo fijamente a los ojos a su novia le dijo:
- Soy Sansón, siento superficialmente el sufrimiento sobre mi ser.
- Vaya, se te están despejando las ideas.
- Lo que se me está despejando son los cachetes y las palabras Señora. Si su suéter sube sobre su sobaco y seis sabanas somníferas sacrifican sin sentir lo suculento del sexo (sobre todo lo lento, porque lo sucu no se saborea sonriendo) sería sincero y le declararía que sueño siempre con sus suaves senos.
Dicho esto terminó de limpiar el lavabo, no dejó ni un solo pelo de la rala barba o de su incompleto bigote recién rasurados, ni tampoco dejó rastró de la pasta dental mal escupida que había salpicado hasta el espejo y embarraba las llaves del agua y el grifo y se metió a la regadera.
Su novia se quedó acostada en la cama y de las ochos opciones que se le ocurrieron por hacer, decidió que esperar al Secretario, para ser la primera en verlo y sentirlo rasurado después de tantos meses, sería la mejor.
- Que verde tan feo para unos calcetines, le dijo. Pero él no respondió nada. De hecho actuó como si nadie le hubiera hablado y estuviera solo en la habitación.
Después de meter las piernas juntas a través de aquel invento tan ingenioso con tres orificios, uno mayor y los otros dos menores que las separan, mejor conocido como pantalón, el Señor Secretario se ponía siempre primero el calcetín y el zapato del píe derecho y después los del izquierdo; cuando terminó de anudar las cintas del ritual cotidiano volteó a ver a su novia y sin más le dijo: cuando su sombra sin sillón se refleja subterránea, siembra señuelos sin suelo suficiente para contener el semen y el sudor que sentencio seria y serenamente saciar sobre usted.
- Qué pena que tengas que irte a trabajar. ¿Y si no vas?
- Suma sugerencia.
- Bueno, llega tarde.
- Soy un ser serio. Pero suponiendo que si el día se sitúa susceptible y supersticiosamente sostenemos que si subrogamos sermones sentenciosos sobrarían socios sin rasón (sic) para someter a los sirvientes a un soliloquio soluble, casi sí sería capas (sic) de quedarme.
- Y todo sólo porque te quitaste la bufanda natural que te abrigaba la garganta.
Otra vez se quedó inmóvil un instante de fracciones de segundo y en automático respondió: las siguientes sílabas sustentan, sostienen y soportan cuantiosa simpatía: son-ri-sa.
- De todos modos ya se te hizo tarde. Comete tu desayuno.
- Su señoría: si me lo permite deseo silbarle una sublime sonata mientras le sobo el sur sin sacarle sustos, salvoconducto de terminar con esta secesión sentimental. Si sabe ser subjetiva subsídieme el suplicio de un sordo soroche y con su sopera soltura suplante en la solemnidad del silencio supernovas submarinas para sorber de sopetón y eliminar la sólida sospecha del sosiego, pues la superioridad de esta sagacidad siquiera sale bajo la lus (sic) del sol, so pena de suspirar la soledad en el smog de la sociedad sistemática y de solapar la saciedad de la sobredosis de esa seducción sofisticada y soez amarrada de la puntita con una soga de soldados y septentriones y serpientes para prolongar este sibaritismo semanas y semanas y semanas enteras.
- ¿Por qué estás hablando todas las palabras que conoces con la S?
- Si supieras sería sensacional y no tendría que contarte mis seis más uno, es decir, siete secretos.
Pero la novia de mi Secretario no entendería durante el resto del día lo que él quiso decir, pues justo cuando terminó la frase ya estaba montado en su bicicleta pedaleando a la Siberia sideral sintiendo el frío de aquella mañana otoñal en la mejilla aún húmeda por el beso de despedida y pensando en el día que Dios le puso ramas a los árboles, o cómo se habría sentido el mismo dios para tener la necesidad de crear y ponerle una sombra, propia y única, a cada cosa que existe y concluyendo que Dios no satisfecho con crear el cielo y el universo todavía tenía que ponerle sombra a todo lo que en ellos habita.
- Seguramente también se inventó una fábrica de sombras, dijo en voz baja para sí mismo. Con todos sus empleados y sus cajas llenas de tonos grises en toda la escala entre el blanco, para poder revelar las sombras de los negativos, y el negro. ¿De qué tamaño será el universo infinito que refleja la sombra proyectada por el infinito universo? Pero bueno, al fin y al cabo es Dios tomando un poco de sol con una margarita en la mano menos creadora pero más creativa, ah pero que burocrático se puso.
- Supongo que él mismo creó la burocracia para tener algo en que entretenerse de vez en cuando, alcanzó a escuchar en alguna parte de su cerebro cuando se acordó de su novia preparándole un lonche.
Antes de fugarse de nuevo en su bicicleta cuando volvió por la lonchera que dejó olvidada, su novia le preguntó otra vez:
- ¿Por qué no te rasuras más seguido?
- No soy yo mismo.
- Tú eres muchos tú mismos, siempre.
A Serónica Selgadillo.