Fue
ahí justamente donde no encontramos a Jesucristo Superestrella.
No
en el escarabajo, aquel enigmático bar al que Mi Secretario se obstinaba asistir para ir a beber, por ser, según él, el único en la ciudad de Guadalajara que
tropicalizaba a su entero gusto el estilo inglés. Dicen que en otra época fue
casa vecina de una tal María Félix, y esto le hacía creer que la atmósfera de
una casa pública la habitaba, igualito que en el sentido inglés, según él,
porque quienes ahora la poseen son unos borrachos a los que también les gusta
mucho beber, igualito que allá, según él.
Al
llegar nos instalamos en una mesa para veinte personas gracias a la destreza de
la Abuelita de Mi Secretario. Más pronto que tarde ya todos tenían en la mesa,
además de un tarro de litro de cerveza, una carta de lotería por la que habían
hecho una aportación voluntaria de
cinco pesos, pagados en efectivo, en moneda nacional, según constaba la pequeña
boleta foliada que a cada uno le fue entregada.
“¿Ya
pagaron todos su entrada?", preguntaba la viejita al publico en general
mientras Matías pasaba de lugar por lugar para marcar la boleta, con el
objetivo de que una persona no jugara más de un juego, o una mano, por
aportación. A nadie le caía mal que Matías hiciera esto, o cobrara, pues todos
lo veían como a un niño atrapado en el cuerpo de un adulto en gestión, y en
general porque siempre creían que aquella añosa mujer era en realidad su
abuelita. “Ya están todos Abuelita” le respondía y entonces empezaba todo.
Después
de dos rondas por cada mesa en todo el lugar, se agenciaban su propia mesa y se
ponían a contar, con habilidad de banqueros, lo recaudado. Luego lo repartían
equitativamente entre todos, es decir entre ellos mismos. La parte de Matías,
que a veces no tomaba porque su mamá no le daba permiso, lo guardaban como
“Fondo para contingencias”.
“Lo
que más me gustó de las dos rondas fue haberme ganado la última Mano, pensé que
no me iba a tocar ninguna”, dijo Mi Secretario muy contento y abrazando sobre
el dorso a la mano sentada junto a él. Octavio se puso de pie como queriendo
decir algo, pero en lugar de ello caminó a la silla donde estaba sentada la
Mano y la saludó respetuosamente: “Venga esa mano amiga” y extendió el brazo en
señal de saludo. Cuando la Mano selló la amistad con un firme apretón, Octavio
aprovechó la inocencia y se llevo la mano a la verga mientras decía:
“Amigarrote!”. Todos se rieron, incluyendo a los comensales de otras mesas que
no nos conocían, ni nosotros los conocíamos a ellos, pero que nos volteaban a
ver y se sorprendían y comentaban la forma tan casual que la Mano tenía para
sentarse, recargada en la silla, apoyada con dos dedos sobe la mesa; asintiendo
o negando con el dedo índice su opinión sobre los diversos comentarios y hasta
golpeándose una imaginaria pierna con alegría.
A
señas nos explicó que era amiga de Pie Grande, que si existe. También nos dijo
que su novia se llama Manuela.
“Mira,
este wey tiene la mano peluda” -le dijo Mi Secretario a la Mano mientras
apuntaba al Padrino- desde este preciso momento también ya puedes decir que
eres amigo de la Mano Peluda”. Otra vez todos se morían de risa, incluyendo a
la Mano, que se abrazaba la palma por el dolor abdominal que produce ser feliz.
Nos platicó que el peor lugar para meter la mano no era “ese”, al que cuando
éramos niños y la metíamos las señoras solían decir: “Tsst, niño! Déjese ahí”,
sino en lugares apretados porque los raspones para ingresar le dolían mucho. Y
que algo que detestaba eran las manos sudadas.
“Ah
no, pero es que, que suden las manos eso si es parte de su anatomía –dijo el
Padrino-. Y el único inconveniente que a veces tiene uno para meter la mano ahí, como tú le dices, es que tiene que
ser a fuerza de lugares apretados.”
“Si
–respondió la mano- pero que suden las manos por naturaleza y que a mi no me
gusten, no son condiciones dependientes como para que a mi me guste.” Todos en
la mesa valoraron su punto de vista y creyeron que tenía razón, asintiendo
todos en silencio para si mismos.
Sorbimos
los tragos dejados en los tarros de litro y pedimos la cuenta. Al salir sentí
las primeras reacciones de una borrachera en los cachetes y en los ojos, aunque
también las noté en las facciones de los otros.
La
Mano nos condujo con maestría sobre el Folks Wagen rojo de la Abuelita.
Realizaba los cambios con el dedo meñique cual piloto de F1. Con el anular
controlaba el volante, con el dedo medio aceleraba como policía inglés, según
Mi Secretario…
“!Ay
si! –me dijo Octavio irónicamente- ¡Te sientes muy inglés!”
“Muy
mi mano. ¿No?”, le contesté.
…y
frenaba como agente de la GESTAPO en alto total, ante la perspectiva de la
inminente derrota. El índice era simplemente clutch. Y con el pulgar se
recargaba sobre la ventana abierta como renegado.
En
la Cantina La Fuente las manos de lotería fueron fluidas y muy productivas.
Estábamos tomando Coronas, comiendo charales y divirtiéndonos. Nos sentamos en
una mesa ocupada por un negrito y un soldado, viejo coronel, amigos de toda la
vida, quienes no se molestaron en compartir el lugar.
“No
es tan complicado –decía el Padrino-. De hecho no es siquiera que no sea `tan´
complicado, sino que NO es complicado at
all.” El negrito de ojos blancos y palmas claras como la arena de Varadero,
observaba al Padrino con muchísima atención; el soldado simplemente era cortés
y obedecía al pie de la letra su estatuto de respeto.
“Mira
bien –invitó al negrito, mientras le daba unos tragotes a su cerveza Victoria,
el Padrino la prefería sobre la Corona, y luego se clavaba de nuevo en sus
grandes y profundos ojos blancos-, todo es materia: el envase, la cerveza, la
etiqueta, la cerveza –y le daba otro trago-, la corcholata, la cerveza y la
cerveza. O como el Delicado cigarrillo de este caballero –y le daba dos y tres
caladas- `marías´ les decimos nosotros en México coronel –y le extendía de
nuevo el cigarrillo-. O como estos otros del amigo de Mi Secretario, que por
cierto hoy se dignó acompañarnos”. El Padrino estaba cotando los cigarros que
quedaban en mi cajetilla, no me molestaba en absoluto que sintiera confianza
para hacer eso, ni que tomara algunos, me caía muy bien.
“No
seas cabrón deja esa cajetilla en paz.”
“Nomás
es para ilustrar didácticamente la diferencia entre la materia y la
anti-materia”, le respondió a Mi Secretario, mientras sacaba tres cigarrillos
de la caja; uno lo encendió, otro se lo colocó como lapicera sobre la oreja
derecha y el último lo escondió en la cartera. “Por si acaso” como el mismo
dijo.
“Mira
tú.”
“Bueno,
como les decía –se volteaba ignorando a unos desconocidos que se habían sentado
a la mesa; esa misma mesa que él y sus amigos se habían sentado tantas veces y
ocupaban desde hace dos horas, que digo horas estaban ahí desde hace tres días,
o quizá habría sido una semana, o dos temporadas de lluvia-, todo lo que
conocemos como existente está compuesto por átomos acumulados que forman la
materia; materia en mezcla adecuada para formar este otro envase de cerveza.
Átomos de diversas categorías, yuxtapuestos para dar forma a la cajetilla de
cigarros, a los propios cigarrillos que estamos fumando y compuestos a su vez
de papel, tabaco y químicos, pero ahondar en los átomos de cada elemento nos
extendería muchísimo.”
“Ahora
bien –continuaba la Mano-, los científicos sostienen que la anti-materia
existe, en el Universo, en igual proporción que la materia; pero en espacios
muy lejanos entre si. Lo cual es deseable pues ellos mismos suponen que el
encuentro entre materia y anti-materia provocaría una modificación espacial muy
singular, lo que ustedes los humanos entienden como aniquilación.”
“Muchas
gracias Manito –mientras le daba unas palmaditas en el dorso-, por tan
digerible y bien expuesto contexto. Sin embargo –continuaba mientras seguía
bebiendo y fumando de las botellas y cigarros de los demás-, lo que estoy
tratando de decirles es que en realidad, es decir en la vida diaria, la materia
y la anti-materia no se encuentran tan alejadas una de la otra. Para ejemplo
está esta materia-Corona de Mi Secretario, que después de unos tragos
automáticamente se convierte en anti-materia, pero eso sí, sin dejar de
existir, pues cuando vaya al baño, ahí, aparecerá de nuevo.”
“El
vino es mi sangre –dijo Octavio levantando su botella en alto- y la cerveza…
mis orines. Eso me dijo una vez Jesucristo Superestrella, quien por cierto,
¿alguien sabe dónde está? ¿o a qué hora va a llegar?”
“Yo
no. ¿Y tú?”, respondió mi Secretario preguntándole al Padrino.
“No.
¿Y tú?”, a Matías.
“No.
¿Y tú?”, a la Mano.
“Lo
que diga mi dedo”
“Dice
que no –interpretó el Padrino-. ¿Y tú?”, a Octavio.
“Pendejo,
si supiera no hubiera preguntado.”
“¿Y
tú?”, a la Abuelita que venía llegando del baño.
“¿Qué?”
“Nada
–respondió el Padrino-. Pero antes de explicarles cómo llegar a ese místico
lugar conocido como Anti-materia, donde experimentarán que su presencia se
expande y que su espíritu es parte del Todo, quiero compartirles que la
anti-materia existe en nuestro tiempo y nuestro espacio cotidiano más de lo que
imaginamos. Por ejemplo: Si Octavio sigue fumando todos los días como
regularmente lo hace y un buen día tiene el atino de ir a una revisión médica,
se enterará que todos esos cigarrillos convertidos en anti-materia al terminar
de fumarlos, lentamente se convertían en materia-cancerosa en su lengua. Que
después de muerto por ese cáncer, su cuerpo-materia guardado bajo llave en un
ataúd y encerrado por ladrillos en una lápida del Panteón Guadalajara, más
pronto que tarde estará en metamorfosis eterna por transformar su
espíritu-anti-materia…”
“O
quizá sea –indagó la Mano-, el karma de Octavio al que está indefinidamente
destinado, no porque no aprenda en cada trayecto lo que necesita para
estacionarse en los cajones exclusivos de Visnú, Buda o Jesucristo
Superestrella; sino porque su eterno retorno es precisamente la función para la
que fue diseñado. Porque tampoco debemos ignorar que cuando pareciera que su
cuerpo se convierte en anti-materia mientras se descompone y desintegra,
pudriéndose en ese ataúd, en realidad como toda materia, sólo se transforma.
Pero no es así de fácil, sino que los gusanos que se comerán sus brazos y
tripas, dándose un banquete a la Octaviana, y las moscas que eventualmente le
entrarán por la boca o por la nariz y que le saldrán por los ojos, o por las
orejas, o por el cuello a través de un hoyo que ya le hayan hecho los gusanos,
no serán otra cosa que él mismo; el mismo cuerpo de Octavio convertido de
materia en anti-materia, convertido en materia otra vez, porque la
descomposición de Octavio es el factor elemental para no dejar de existir.
Además, cuando dejemos de compartir este plano terrenal con él y estemos muy
plácidos con la panza caliente por la canelita y estemos también muy tristes y
rezándole rosarios en el novenario que la Abuelita le organizará, no
significará que Octavio haya dejado de existir, ni siquiera porque su alma ya
no pertenezca a ese viejo y gastado traje. Y descubriremos, como en este
preciso momento, que la relación espacio-tiempo-realidad es tan flexible y
abstracta como para tener la oportunidad de compartir esta mesa. Pero no se
apuren, hoy no vengo de Mano Pachona. Octavio no iniciará hoy su experimento”
“Toco
madera”, dijo mi Secretario.
“Hago
conguitos con los dedos”, remató Octavio.
“¿Alguien
sabe qué hora es?”
Matías:
“cinco para la una”
“Cinco
para la una”, repitió el Padrino para él mismo. Y el tiempo volvió a ser y
corrió y transcurrió y creció y murió.
“Zafo
de manejar” dijo la Mano.
“Hijo
mano –le replicó mi Secretario- con la borrachera que te cargas, zafo de que
manejes.”
El
Padrino volteó a ver al Diablo que se había aparecido entre nosotros y le
anunció: “fíjate que acabamos de realizar una votación para elegir al candidato
ideal para la ocasión y el resultado es que por unanimidad eres el ganador. Te
toca ser el conductor resignado.” El Diablo volteó a ver directamente a los
ojos al Padrino y la clavó una mirada que le atravesó el alma. El Padrino
experimentó toda la maldad que había en él, transmitía que quería aventura. Mi
Secretario se le acerco cautelosamente, con miedo podría decirse, y sobre el
hombro le dijo al oído, como en secreto: “Pórtate bien cuatito, sino te lleva
el coloradito.” El Padrino extendió la mano para darle las llaves al Diablo, ya
disfrazado de Catrín, y en el momento en el que apenas se rozaron sus yemas el
Padrino experimentó un dolor inexplicable.
“Es
como si mi ropa fuera pulpa de limón y mi piel estuviera toda volteada,
completamente al revés.”
Tampoco
fue en el Templo Expiatorio donde encontramos a Jesucristo Superestrella, donde
trabajaba por oficio bendiciendo y por obligación amando las nupcias de un sin
fin de fulanos que desposaban a un número igual de menganas. Evidentemente era
muy improbable encontrar a Jesucristo Superestrella a esas horas de la noche en
su oficina notarial. A esas horas de la noche Jesucristo Superestrella era
localizable en un bar nocturno y desconocido donde trabajaba los fines de
semana hasta las tres de la mañana. O administrando los negocios de su papá,
esos lugares con puertas triangulares de luz xenón ofreciendo la entrada al
Paraíso. De cualquier modo pasamos afuera del templo, por López Cotilla, porque
Mi Secretario quería gritarle “NO SE CASEN!!”, a las parejas que se formaban y
dormían en la calle, formando una fila india, la noche anterior al día que se
abre el registro para apartar las misas.
El
bocho rojo de la Abuelita zumbaba por las calles, no como bólido, sino porque
tenía todas las piezas sueltas, desde las bisagras de las puertas que habían
vencido los vidrios de las ventanas y aflojado las manijas, hasta los soportes
del motor, dos amortiguadores y el tubo roto del mofle. Además de por el peso
de los pasajeros, por supuesto. El Diablo al volante, la Mano sentada en las
piernas de su abuelita de copilotos y mi Secretario, Octavio Perenganito Pérez,
Matías, Gregorio Samsa y la Dama en el asiento de atrás. La Mano abrió la
puerta para vomitar y sin que nos
percatáramos se metió un borracho al bocho. No nos hubiéramos dado cuenta que
venía entre nosotros sino no hubiera contado una tan bonita y detallada
relación histórica y arquitectónica del Expiatorio. Y si lo hubiéramos bajado
cuando lo descubrimos, tampoco nos hubiéramos enterado que JS no nos esperaba a
pesar de haber acordado encontrarnos para recibir un frasco que le iba a mandar
a Confianza. Continuamos por López Cotilla hasta la Avenida del Federalismo,
luego doblamos a la izquierda para encontrarnos con Hidalgo, pero tampoco
estaba, -según el Borracho- se había ido con JS.
La
hija de la Patria, es decir la Avenida Hidalgo, era un burdel hecho y derecho,
es decir de pies a cabeza. No era comprensible cómo el bocho de la Abuelita se
había convertido en una limousine tan pronto entramos en la rambla, es decir
que no era comprensible por qué circulábamos por aquella calle que en ese
momento era putonal.
“Querrás
decir peatonal.”
“No.
No querré decir peatonal. Sino pu-to-nal”, les respondí. Y es que todos los
peatones, o mejor dicho “las” peatones, eran putas pululando de aquí para allá,
y de allá para mas allá. “Y digo “las” –continué- porque un gran número de esas
putas son en realidad putos, es decir homosexuales disfrazados de mujer,
hombres-mujer, es decir putos-putas, ofreciendo la entrada o el retorno al Edén
a través de los hermosos arcos que forman sus suculentas piernas.”
“Chale
–dijo el Sr. O-, muchas de estas viejas tienen mejor vista que la mía”, entonces
se dibujó una leve sonrisa en el rostro del Sr. D, la cual nos transmitió una
enorme satisfacción y deseo de ir hasta el exceso. Veíamos animas flotando en
el ambiente, agonizando, penando de dolor. Sin embargo, alcanzábamos a escuchar
entre sus lamentos un pequeñísimo grado de placer al repetir eternamente “…lo
volvería a hacer…”, “…lo volvería a ser…”
Entramos
al Mercado Corona como unos simples mortales, salimos como los mismos mortales
pero sin alma, pero llenos de hierbas y encantamientos. “Yo no sabía que hoy
era sábado de brujería –dijo el Sr. S-. Hasta conseguí casi regalado esta copia
profana de los Papiros de Oxirrínco.” En la puerta de la entrada nos
reencontramos con nuestro guía de turistas, el Sr. D, quien ya nos esperaba.
“¿Cómo les fue –nos recibió-.” “Nos sentimos un poquito vacíos, pero nada
comparado con la gran satisfacción.” “Si, todos conseguimos algo.” “Mira, por
ejemplo yo conseguí más tiempo de vida y vitalidad para ir a cojerme a todas
esas putas.” “Yo conseguí dinero para poseerlas a todas.”
“Les
solicito que no se expresen de ese modo de las mujeres, sobre todo en presencia
de una dama –nos dijo la Dama, sentada en las piernas del Sr. S, que le
recorría los muslos y la entrepierna como si fueran carreteras. La Dama nos
mostraba a todos su piel blanca, suave y tersa como las nubes del cielo, nos
ofrecía sus pechos que sabían a los de la primera novia, dulces y delicados.
“Las
mujeres no tienen dignidad –masculló el Sr. B-, para colmar este vacío fue
inventado el titulo de dama. Su vanidad se dirige a lo que ella supone de
máximo valor, es decir, el mantenimiento, aumento y reconocimiento de la
belleza corporal, como alguna vez dijo un filosofo”, pero nadie lo escuchamos
excepto Matías.
“Disculpe
que lo contradiga Sr. B, pero lo que usted refiere es obsoleto en la actualidad
y yo personalmente me inclino por las nuevas ideas, como las de aquel otro
filosofo que también dijo: la tragedia de las mujeres es que tienen que vivir
en un mundo y que en ese mundo haya otro con quien es inevitable entrar en
relación aunque ésta tenga que quebrar la pura quietud del centro interior.”
“Matías,
no seas mamón.”
“Matías,
el Sr. P tiene razón, no seas mamón. Tu filosofo, ¿era filosofo o era
astronauta?”
“Yo
no lo había dicho por eso” dijo el Sr. P.
“¿O
era un poeta frustrado y puñetero?” apenas pudo preguntar el-la Sr(a) M.
“¿O
era marihuano?” preguntó el Sr. O.
“Además,
si era hombre ¿él qué sabe de la pura
quietud del centro interior?” preguntó la Dama.
´
“¿Eh?!
–preguntó la Abuelita-. Contesta.” Pero Matías no respondió.
De
vuelta en Bocho rojo de la Abuelita, que a pesar de ser modelo 96 nos parecía
tan viejo como el mismo tiempo, estábamos más apretados que nunca desde que lo
compró; la música en la radio nos alegraba el corazón, por lo que aquella
emulsión humana resultaba agradable. Mientras pasamos por la Merced le preguntó
mi Secretario al Diablo, “¿No se te pone la piel de gallina en tu pata de
gallo, cuando pasas por aquí?” “Hace muchos años, los pobladores de esta ciudad
empezaron a perder a sus vivos y encontrar a sus muertos, me sorprendí como
pocas veces en mi vida. No sabían qué hacer con ellos, no sabían dónde
ponerlos. Entonces yo, como buen Diablo, les sugerí que plantaran a sus muertos
en la tierra para que creciera un bosque, pero no me entendieron y a cambio
construyeron un cementerio. Era increíble, nunca habían escuchado hablar de
cementerios; de hecho la palabra cementerio
no la conocían, para ellos el desarrollo de los cementerios fue un proceso
original, creían que nacían de ellos, lo que los confundió haciéndolos creer
que habían sido realmente ellos mismo quienes los inventaron –nos contaba
colorado de emoción-. Gracias a eso es que tengo varios negocitos pactados sobre la tierra de la Merced, provenientes de
allá, del tiempo en el que entonces todavía era un panteón. Entonces no,
querido Secretario, no se me pone la piel en
mi pata de gallo como de gallina.” Cambió el radio a la Amplitud
Modulada, “para sintonizar unas viejitas pero bonitas, para que la Abuelita,
quien es mi invitada especial, no se nos aburra.”
Antes
de salir de la putonal el Borracho se bajó. “Yo me quedo en el andén de putas,
que para eso vine yo y vinieron ellas al mundo. Recuerden que el primer
mandamiento bíblico dice: amaos y
multiplicaos.” La Dama se bajo en la esquina siguiente, estaba dispuesta a
vender su alma con el fin de ajustar el precio que debía pagar para ser siempre
bella. La Mano ya se sentía mejor, la caminada le había servido para estirarse
y tronarse los dedos. “Siento como que me pegó un aire –nos dijo-.” Octavio
estaba entero, su gran capacidad de bebedor la venía cultivando a lo largo de
su vida. El Padrino venía muy animado, cotando chistes y cantando. Mi
Secretario se asomaba por la ventana, ensimismado. Matías tenía sueño y la
Abuelita de mi Secretario ordenaba sus cartas de tarot, tenía la impresión de
haber perdido algunas.
Entramos
al túnel de Hidalgo y Mi Secretario dijo: “me gusta más la entrada a este túnel
cuando circulas a más de 90 Km./h y te aumenta la expansión rítmica de cierta
arteria, que produce el aumento sanguíneo que impulsa cada contracción del
ventrículo izquierdo. Eso que conocemos más comúnmente como pulso.”
El
alumbrado del túnel funcionaba por fracciones, por momentos bloques de 15 a 20
lámparas sonrojaban la cebada en nuestros ojos y en nuestras mejillas, luego de
pronto nos encontrábamos volando sobre una calle estrecha y larga dentro de
aquel túnel completamente oscuro; cuando ingresábamos al bloque de lámparas
apagadas la avenida no nos conducía a ningún lugar, era una curva eterna.
Mientras circulábamos por las secciones iluminadas, la realidad no era más que
sólo eso. Y otra vez, justo cuando el VW se encontraba completamente, cuando
hasta el último tornillo del vehículo entraba al área sin luz parecía como si
flotáramos en una galaxia sin soles ni lunas, ni estrellas, y perdíamos todo
contacto con la ciudad y parecía que podríamos perdernos, pero de pronto, como
si nunca nos hubiéramos ido a donde se nos diera la gana, estábamos de vuelta en
el túnel. Y de pronto otra vez no, y al túnel otra vez.
“¿Qué
pasaría si nos chocan cuando apenas vamos entrando a la anti-materia?”
–preguntó el Padrino.
“O
antes de salir de la realidad” –dijo mi Secretario.
“¿Cómo
puedes asegurar que salimos de la realidad y no que entramos en ella?”
–arremató Octavio.
“¿Cómo
pruebas lo contrario?” le contesté.
“Sencillo
–dijo la Mano-, lo que pasaría es que Octavio, Mi Secretario, Matías, el
Padrino y la Abuelita, que van sentados todos atrás, sufrirían esguinces de
diversos grados en cuello, cadera y cervicales. Mientras yo, el Señor Barrigas
y la Sirena seguiríamos nadando en el fondo del mar. Pero ¿qué pasaría si
chocamos ya que entremos a lo que el Padrino llama anti-materia?”
“Nada”,
-dijo el Señor Barrigas, a quien habíamos recogido en la sala de su casa. El
Bocho entró al vacío y el Diablo nos condujo sobre una pista de colchones
gigantescos, del tamaño de un estadio de fútbol. “Como podrán apreciar nuestros
cinturones de seguridad están recubiertos con partículas de nube, si las bolsas
de aire se llegaran a activar contendrían el impacto al llenarse de algodón.
Aún si el choque fuera muy brusco y ocurriera una volcadura, tampoco nos
pasaría nada pues aquí nuestro interior está lleno de felpa y nuestros brazos y
piernas son elásticos e inquebrantables gracias a que nos alimentamos con
ligas. Pero ¿qué pasaría si chocamos cuando regresemos al túnel?”
“Nada
Señor Barrigas, no pasaría nada pues usted seguiría aquí leyendo en su sofá y
la Sirena seguiría viviendo felizmente apretada en la tina de su baño.”
“¿Y
qué pasaría si…?”
“Ah!
Amigo Secretario, eso sería terrible porque no contamos siquiera con cobertura que cubra y proteja daños a
terceros. Lo que significaría que tendríamos que romper todos nuestras alcancías
para pagar nuestras fianzas.”
Lo
que sucedía después es que cada vez que regresábamos al túnel nos pegaba la
borrachera con su puño cerrado directo en la cara. Entonces el Diablo aceleraba
el Bocho para regresar lo antes posible a la Oscuridad. Ahí el Padrino se
convertía en Mi Secretario porque no conocía, y mucho menos dominaba, el arte
de la alquimia, Mi Secretario era a su vez, nada más y nada menos que él mismo.
Entramos en un largísimo y apretado pasillo, con cientos de puertas, las
puertas no tenían letreros como las del estepario, ni las nomenclaturas de una
habitación de cualquier hotel cinco estrellas; las paredes, lisas como espejos,
estaban tapizadas con papeles de diseño vintage,
de color violáceo; las paredes eran tan altas que se perdía su perspectiva de
paralelidad, el techo del pasillo eran las nubes de un cielo oscuro, el
ambiente más que macabro, era enigmático. Decidimos ingresar a través de la
primerísima puerta y salimos en la sala del Señor Barrigas, lo encontramos
sentado en un cómodo sillón, leyendo un libro, extasiado por el canto
hipnotizador de una sirena. Se encontraba completamente en trance, al grado de
no darse cuenta que saludó dos veces y con el mismo entusiasmo e ímpetu a Mi
Secretario y a Mi Padrino-Secretario. Sus barbas eran largas como el
conocimiento, el pelo enmarañado como estropajo. Ahí estaba sentado con su
enorme porte y serenidad. Nos contó que a los 23 años se embarcó en una lancha
pesquera en el Puerto de Vallarta. Sufrió una terrible borrachera, producida por
la falta de hábito al oleaje, aderezada con una colorida vomitada. En ese viaje
fue cuando se enamoró de verdad y por primera vez. “Era una muchachita de alta
mar –decía como hablando sólo-, cuando salimos a divertirnos por primera vez,
la pícara me dio un mapa para encontrar su tesoro. Me cautivó.” Se ensimismo durante cinco minutos y nadie
dijimos nada, el silencio era ensordecedor. Hasta que, sin motivo previsible,
se levantó del sillón y nos metió al televisor.
“Ahora
yo los voy a llevar”, dijo extasiado el Padrino, apretó las manos al volante y
aceleró. Su mundo era aparentemente cotidiano. Las tiendas de abarrotes abrían
a las 8:00 antes del meridiano y cerraban a las 11:00 de la noche, como
siempre. Los operados de la ruta 622 se peleaban por el pasaje, pasando como
tanques de guerra por la Calzada Independencia, haciendo de la simple y
cotidiana experiencia de trasladarse de cualquier punto de la ciudad a
cualquier destino un safari. Los usuarios se encontraban en tierra de nadie,
donde se gozaba o se sufría con la música, apretones y agasajos que incluían el
pasaje. Ahí se podía encontrar de todo: plumas de 3X10 pesos, lámparas,
chicles, cacahuates… Las señoras salían al mandado a la misma hora y en el
mercado encontraban todo en el mismo lugar, al mismo precio, en el mismo
puesto, donde el mismo despachador lo había colocado después de haber ido a
surtir, con sus mismos proveedores, a la misma central de abastos, donde todo,
también, seguía igual. Era un mundo donde vivían amas de casa que veían
telenovelas. Era tan aparentemente normal, que había grandes empresas y
consorcios donde trabajaban miles de empleados y obreros. Era un mundo donde
las transacciones de cualquier tipo eran cotidianas, donde los periódicos se
imprimían todos los días; donde los ingenieros eran aburridas en apariencia;
donde los científicos eran devaluados. Era tan delicada su similitud con la
realidad y normalidad que hasta los adolescentes se enamoraban con gran
intensidad, era normal usar desodorante. En este mundo, como es de esperarse,
casi nadie se preocupaba por los caracoles, era un mundo en el que casi nadie,
tampoco, se preocupaba por detalles tan mínimos como valorar si al día
siguiente va a despertar, porque despertar era una necesidad natural y casi
obligatoria, porque casi todos tenían que llegar puntuales a sus trabajos, de
no hacerlo sería despedidos, naturalmente, y entonces ya no tendrían dinero
para abonar o pagar las cosas que no necesitaban pero gracias a las cuales su
vida podía ser normal. Entonces se preocupaban y le agregaban estrés a sus
actividades, lo que no es diferente en nuestro mundo y porque es una condición
natural, y se provocaban accidentes. En este mundo, las personas se esforzaban
por ser mejores cada día, aunque cada día hacían lo mismo, es decir, esforzarse
para ser mejores cada día. Lo peculiar del mundo del Padrino no provenía de que
las personas no se emborrachan con tequila, ni del hecho de que en él aun
vivieran creyentes de Dios y no, mucho menos, porque los niños fueran inmunes a
las enfermedades, o porque JS respondiera su teléfono celular siempre y la
primera. No, porque nada de lo anterior ocurría, ni es diferente a lo que
ocurre en realidad. Lo particular era el peso del tiempo, que se acostaba con
todos sus kilos en el regazo de todos, y hacia que cada uno de los habitantes
de este plano experimentaran cada segundo de su existencia como lo que era. Por
ejemplo, los corredores profesionales eran plenamente conscientes de que a cada
paso la vida se les escapaba por las suelas, los niños sabían cada mañana que
estaban un día más cerca de convertirse (o no) en lo que querían ser cuando
fueran grandes, los señores conocían con exactitud el momento en el que sus
cosas necesitarían mantenimiento: el coche, la regadera, las rodillas, su
gastritis… El panadero sabía con precisión el momento en el que los birotes
estaban todos cocidos; el peso del tiempo lo soportaban todos, no había nadie
que no pudieran entender cómo es que los cuidadores del Zoológico podían
determinar el justo momento en el que aterrizaban los aviones en las pistas del
Aeropuerto Internacional Benito Juárez; para cualquiera era una condición
natural poder determinar, cual astrónomo especializado, el tiempo exacto, la
altitud y latitud de la nube que inició la lluvia, y plasmarlo sobre un plano
cartesiano. Todo esto era normal en este mundo. Lo anterior se debía (o no) en
que la noche en que Papá-Padrino le hizo el amor a Mamá-Madrina supo con
exagerada precisión el momento en el que eyaculó. Al parecer la eyaculación se cargó,
además de con los millones de espermatozoides, con la precisión del orgasmo de
Papa-Padrino. Y es que Mamá-Madrina sintió la lucha que literalmente encabezó
el espermatozoide-Padrino que fecundó su óvulo. El espermapadrino se incubó
sabiendo que algún día se convertiría en el Niño-Padrino que estaría destinado
a enterarse siempre del momento en que sus pelotas se poncharían, o el momento
en que morirían sus mascotas, o en el que saltaría de tajo y por completo de la
infancia a la adolescencia. Esa eyaculación marcó de tal modo este mundo, que
todos sabíamos que el momento de abandonarlo era ahora.
“¿Padrino
cómo te sientes de haber matado a tus hermanos?” preguntó sorprendido Matías.
“Yo
no he matado a mis hermanos. Yo no tengo hermanos.”
“Claro
que sí… `pero no´-se metió Mi Secretario-, claro que sí –continuó Matías-. Ahí
a donde nos acabas de llevar yo presencié cómo lanzabas latigazos cuando fuiste
espermatozoide. Le cortaste la cabeza a una hermana. Atropellaste a tu gemelo,
que arrancó antes que tú la carrera. Te burlaste de tu hermano cojo. Extendiste
la cabeza para saludar al hermano manco. Aquello fue un circo romano, donde
fuiste rey y decapitaste a todo gladiador y adversario. Todos eran tus
enemigos. Todos eran tus hermanos. ¿Cómo te sientes? ¿Eh?”
“Asesino”
dijo Octavio, entrecerrando los ojos como detective.
“Bastardo”
dijo el Diablo harto de placer.
“Caín”
dijo Mi Secretario, reprochando.
“Mal
parido” dijo la Abuelita para no quedarse sin decir nada.
“Desheredado”
“Abusivo…”
“Bueno
así como lo ponen si está feo –se defendió el Padrino, que era un bonachón-.
Pero la verdad es que es instinto natural y al fin y al cabo cada uno de
ustedes hizo exactamente lo mismo y por ello están aquí.”
Así
nos pasamos la noche, visitando el Infierno como invitados especiales del
Diablo, ni Fausto nos llegaba a la altura, ni Virgilio nos hubiera guiado de
tal manera. Viajando a las vidas pasadas de la Abuelita, en las que había sido
bruja, monja, artista… Conociendo las realidades paralelas de Confianza.
Indagando el subconsciente de Matías. Durmiendo en la almohada como Octavio,
hasta que el túnel de Hidalgo se nos terminó. El día ya había comenzado, no
sabemos si el sol, que ya estaba prendido como foco en el cielo, se sorprendió
al vernos tanto como nosotros cuando nos descubrió esa mañana. Lo que si
sabíamos es que ese era el mejor lugar de la ciudad para despertar.
El
clima era cálido como los brazos de Confianza, el ambiente de la ciudad era
amable, se podría decir que pocas veces se estaba mejor que en ese momento.
Este habría sido un estado ideal, de no ser por el intenso sabor a fierro en la
boca, provocado por el exceso de cerveza. Paulatinamente nos dimos cuenta que a
pesar de nuestro estado de bienestar, nuestra apariencia no manifestaba los
mismo, parecíamos enfermos. Teníamos los ojos rojos por la desvelada, los
labios resecos, como los surcos en los ranchos arenoso durante la temporada de
secas, el pelo enmarañado, los ojos hundidos y apestábamos a cigarro. Nuestras
voces era roncas y secas. Aún así nos sentíamos alegres y animados. A pesar de
este estado de confort en el que nos encontrábamos, una incertidumbre
aterciopelada nos arrancaba la modorra.
“¿Cómo
llegamos aquí?” preguntó Matías.
“No
sé” respondieron Mi Secretario y el Padrino.
Cuando
Octavio descubrió que algo no estaba bien dijo: “Ah cabrón!” “¿Qué pedo?”
respondió en automático Mi Secretario. “Saco con el dedo, porque con el pie no
puedo –replicó el Padrino sin percatarse siquiera que algo faltaba-. Tengo
hambre, vamos a comer.”
Nos
fuimos a las nueve esquinas a desayunar birria. Organizando la mano de lotería
fuimos un fiasco, un fracaso total; por suerte Matías contaba con el “Fondo
para contingencias”.
Para
nuestra fortuna, mientras caminábamos a una tienda para comprar cigarros
Delicados –a petición de Mi Secretario-, y de regreso a una de las bancas que
rodeaban la fuente en la diminuta plazoleta de las nueve esquinas se encontraba
una gitana que leía manos y adivinaba el futuro.
“Ustedes
han perdido algo muy valioso –nos dijo justo cuando pasamos a su lado-. Ese
algo es la representación de una fuerza eminente, fulminante e inevitable; la
totalidad de la vida –era una excelente vendedora, nos intrigó desde el
principio-. Soy experta en ciencias ocultas, yo puedo decirles qué es ese algo
que les hace falta por veinte pesos.” Nos volteamos a ver, esperando a que
alguien tomara una decisión. Octavio puso cara de incredulidad y apatía. El
Padrino estaba satisfecho después de comer y le era indiferente. Matías no
sabía que pensar. “Yo si le entro”, dijo Mi Secretario, aceptando más porque
encontraba aquella coincidencia como una divertida casualidad, que una solución
real. “No es una cuestión de casualidad como tú y algunos de ustedes piensan
–le dijo místicamente a Mi Secretario, mientras le estiraba el brazo para
llevar la palma de su mano a diez centímetros de sus ojos-. Se creen todavía
muy jóvenes, por eso no estiman el valor real de lo que les fue dado y
perdieron en un descuido. No fue una casualidad, tampoco, que coincidiéramos
este mañana.”
“Bueno
ya estuvo bueno de tanto misterio. ¿Qué debemos hacer para recuperar nuestra
perdida” la retó Octavio.
La
gitana lo interpretó como tal y no contenta respondió: “Lo único que pueden
hacer es intentar recuperar lo que
perdieron, pues nunca lo tendrán de nuevo. Nunca lo recuperarán. Ya no les será
palpable, ya no lo podrán abrazar, como podían ayer en la noche. Sólo una vez
en la vida se nos da la oportunidad de vivirlo. Deduzco que, de algún modo,
ustedes supieron utilizarlo a su favor, pues aún están aquí, con vida.”
El
Padrino estaba intrigado. “¿Qué quiere decir?” “Espérate, no la interrumpas –se
metió Octavio, renegando-, que termine de decirnos cómo le vamos a hacer para
recuperar a la Abuelita para poder largarnos”
“De
veras tienen suerte de seguir con vida –continuó la maga-. Sólo dos de ustedes
merecen más de mi tiempo, pero antes de que el tiempo se les acabe deben
continuar. Tienen hasta el día de mañana, al mediodía, para encontrar a su
abuelita. Como la perdieron todos juntos, en grupo deben seguir su camino.” “Mi
mamá se va a preocupar si no llego a dormir a la casa otra vez” dijo Matías.
“Pues te chingas” le respondió el Padrino. “Lo único que pueden hacer para
intentar recuperar lo perdido, es seguir sus pasos. Si de verdad la quieren
encontrar, deben regresar por donde vinieron. Ah! Pero eso sí, deben hacerlo
literalmente al revés. Así que mientras tenemos de nuevo nuestro encuentro
inicial, ustedes deben caminar hacia atrás para llegar a un vehículo rojo que dejaron
estacionado a tres cuadras de aquí, luego deben subirse en él en el orden
contrario a como se bajaron, despertar, encenderlo y echarlo a andar en
reversa.”
“No
te vayas abuelita, quédate más tiempo conmigo.”
“No
puedo mi niña, tengo que irme porque vengo acompañando a unos muchachos. Debo
guiarlos por el camino de la luz.”
La
Abuelita y la Sirena se despidieron sabiendo que no se volvería a ver por mucho
tiempo.
“Señor
Barrigas, ¿sabe por dónde se fueron los muchachos? Si, su Secretario, Mi Secretario
y los demás. Muchas gracias, eh. No debo perderlos de vista, me costaría muy
caro. Me dio mucho gusto saludarlo.” Salió de la sala, pasó por el recibidor y
desapareció por un espejo. Lo que ella no entendía era porque seguía en el
recibidor, en lugar de en el túnel con todos, en el bocho. Y menos comprendía
porqué a través del televisor del Señor Barrigas se descubría a si misma en una
película donde era llevada al Infierno por el mismísimo Diablo, en su propio
carro. O donde ella misma conducía a un grupo de desconocidos a sus vidas, o
mejor dicho a sus muertes, pasadas. Se sentó en uno de los sillones de la sala
para ver la película y tomó un recipiente lleno de palomitas. “Mire Señor
Barrigas, ahí fue cuando me ahorcaron. No sabían si quemarme o apedrearme hasta
morir; así que decidieron ahorcarme, dejarme colgada cinco días y después
quemarme. Se me terminaron las palomitas, ¿usted quiere más?” Pero el Señor
Barrigas no respondió, seguía en su trance, viendo eternamente la pantalla de
su televisión como si estuviera completamente solo, como si no hubiera
escuchado su voz o notado a penas su presencia. Además la parte que seguía era
su favorita, se la sabía de memoria. Veía la película todos los días, a la
misma hora, como si siempre fuera la primera vez, aunque inexplicablemente
supiera siempre cuál era el desenlace de aquel drama. Sin tomárselo personal,
se levantó y se dirigió a la cocina, fue entonces cuando recordó que debía
encontrar a los otro. Sin darse por vencida, la Abuelita decidió meterse por
todos los espejos de la casa, suponiendo que quizá el Señor Barrigas podía
haberse confundido con las indicaciones que le había dado antes.
En
e primer lugar que apareció fue en la almohada de Octavio. Pero Octavio no
estaba ahí esa mañana, pues no había llegado a dormir, andaba de parranda con
ella y los demás. Se quedó dormida y cuando despertó estaba otra vez en la sala
del Señor Barrigas. Fue y se metió en el espejo del baño para salir del otro
lado como una veloz y frágil neurona del cerebelo derecho de Matías. Como una
de esas neuronas que los científicos saben que existe, pero no lo han podido
demostrar. De esas que componen la esencia del hombre, eso que se llama alma.
La que a veces se les escapa a los doctores en las salas de urgencias. La que
vuelve al corazón de un amante cuando su amor es correspondido. La de la sabia
naturaleza, que respeta la vida del hombre, ese ser con la capacidad de deducir
que existe algo superior a él y con la complementaria incapacidad para actuar
en consecuencia. Un ligerísimo golpe que se dio Matías con el vidrio de la
ventana del bocho, además de la nube de humo que flotaba en el interior del
carro, que iba matando lenta y paulatinamente las neuronas de todos, fue
suficiente para desconectarla y llevarla de nuevo a donde empezó. Calculando la
probabilidad estadística para atinarle al plano correcto, tuvo la ingeniosa
idea de colocar los espejos uno frente a otro, generando un abismo entre ellos,
formando una habitación infinita. Para reducir al máximo el margen de error,
tuvo a bien colocar otro par de espejos enfrentados para formar un cuadro donde
sólo estuviera ella. Eran miles, que digo miles, millones de Abuelitas dentro
de aquel reducido espacio. Cada reflejo contenía a una Abuelita y ésta
proyectaba a su vez, los millones de reflejos, al punto en el que la Abuelita
no supo cuál de todas ellas era la real. Fue entonces cuando se dio cuenta que
ya se encontraba el mundo de los mundos paralelos de Confianza. Fue entonces,
querido amigo, cuando comprendió todo lo que le contábamos de esa mujer.
Esa
mujer, era una mujer como todas las demás: única. Pero esa mujer, además de ser
una mujer única, era de las que sabía que había sido tocado con la gracia del
Dedo de Dios. Lo que la hacía aún más única. En el momento en que entró a su
mundo, Confianza se estaba dando un baño. Tenía calor. La Abuelita con sus
manos huesudas palpó la tersa epidermis de Confianza, era suave como la piel de
un bebe; pegajosa, castaña y adictiva como la miel de abeja. A la abuelita no
le sorprendió encontrarse pensando simultáneamente en ochos ideas, entre las
que más le preocupaban eran perfeccionar los darmas durante sus ejercicios de
yoga y en arreglar el mundo. La Abuelita que era más diabla por vieja que por
bruja, tomó conciencia de si misma, como era de esperarse, y notó que Confianza
sabía desde siempre acerca de su existencia y que la acompañaría hasta el final
de sus días. Y todavía un poco más, hasta que sus huesos se pudrieran.
Confianza, que era más bruja por diabla que por tener un alma muy vieja, había
estudiado la muerte mucho tiempo atrás. Salieron de la casa, rumbo al
consultorio de Confianza, muy animadas, habitándose mutuamente. De los dedos
chuecos de ambas se disparaban hechizos y conjuros benefactores. A raíz de su
alegre monólogo interno, y sin darse cuenta, cargaban con energía a las
personas, daban esperanza a los afligidos, despertaban la lujuria de los
libidinosos. Pareciera como si todo lo que hicieran, fuera bueno para la
humanidad. Por otro lado, la Abuelita conoció a todos los hijos de Confianza.
Esos que nunca parió, resultado de sus embarazos imaginarios, pero que eran tan
reales como que no le llegaba la regla, hasta que cualquier tarde, nomás así:
plop!, “le bajaba”. A través de los ojos de Confianza pudo conocer cómo la
veían de fuera, lo que le provocaba una confusa satisfacción, se sentía temida
y deseada. Estar solas, con ellas mismas, no les representaba un problema
existencial. Ellas podían estar consigo mismas sin ningún problema. Para la
Abuelita de Confianza era muy placentero vivir en este mundo, a través de esta
vida; pero de repente se encontró con los millones de Abuelitas solitarias,
cada una de las cuales tenía su tristeza parada al centro de su cuarto de
espejos, aún sin saber cuál era la real. Inmediatamente recordó que debía
encontrar a los muchachos. Lo último que le quedaba era recurrir a un
experimento: dar vueltas y vueltas en una interminable borranchina. A pesar que podía quebrar los espejos, no le
preocupaban los siete años de mala suerte para nada, pero sí tener que
transmitir una pesadilla especial al Señor Barrigas para que no le fueran
transmitidos a él. Descubrió que dando la borranchina
podía ser todas las Abuelitas al mismo tiempo, las reconocía a todas
imitándola. Pero cuando ya no pudo mantenerse en pie, por el mareo, no supo a
dónde fue a dar.
Aquel
romántico lugar apestaba a baño público. Caminaba por calles baldosas,
bonitamente ornamentadas con aquellos edificios exquisitos de estilo gótico,
parecía como si la realidad fuera de color sepia. Alcanzaba a escuchar en el
silencio el jazz que provenía de una consola. La noche era fresca y comenzaba a
hacer frío. Metió sus manos chuecas por la artritis, en las bolsas del abrigo
negro que Confianza le había prestado antes de volver a salir, le bastó
encontrar un trozo de papel arrugado, en la bolsa izquierda, que decía
10
Av du Perenal de Gaulle.
94240 L´hay-les-Roses
line 7 to Ville juif Azapou & then
take
bus 172:
para
saber que estaba en Paris. Como era una romántica y el aire, además de heder,
se respiraba bien, decidió perderse por la ciudad. Una calle cualquiera, como
la Rue de Bagnolet, le parecía como extraída de los libros de Mi Secretario y
colocada ahí, frente a sus ojos. Entró a un restaurantito sobre la Rue de
Clingnancourt, donde se comió las mejores papas a la francesa, de toda su vida.
Llegó entrada la noche a la dirección anotada en el papel. Ahí vivía un amigo
de Mi Secretario, quien no se parecía para nada a cualquiera de los personajes
de Cortazar. Entró con su propia llave y
sin hacer ruido se fue a dormir. Despertó recostada sobre la gran Puta de
Oriente, en el Paris del Este, donde lo único que quedaba de francés eran unas
cuantas fachadas de las casas que ostentaban el nombre de la concesión. Esa
tarde la tenía libre, creyó. Así que decidió dar un paseo desde Huaihai Zhonglu
hasta Huiaihai Donglu, dio vuela por Xizang Lu en dirección a Nanjing Road para
verificar que the Ever Bright City estuviera shiny shiny, como debería. En el numero 290 de Xizang Lu tomó un acensor
para ingresar a un cinema en el séptimo piso. Cuando salió ya se habían hecho
las siete de la tarde y la ciudad estaba modorra, se encontraba en un mar que
de plata sólo tenía el nombre. Tomó un colectivo, que al dar vuelta en la
primer esquina se encontró en el cruce de la peatonal y Lavalle. Se bajó y tomó
un taxi. “¿A dónde la llevo, señorita?” “A la Plaza Dorrego, pero apresuráte
que voy re-tarde.” Se pidió un platón de jamón serrano, queso, aceitunas y una
botella de Malbec y se sentó a leer una historia de la agenda que estaba
escondida en el bolsillo interno del abrigo. Ah querido amigo, si tan sólo
supiera usted que a veces me confundo de agenda y se lleva a la casa la suya,
en lugar de la de la mía; y que no satisfecho me siento además con la libertad
de hojearla y leerla. La abrió al azar y encontró un relato que contaba en una
simple historia cómo conoció a Jesucristo Superestrella. Al alzar la mirada del
librillo, ya se encontraba en nuestra oficina, amigo Secretario. Debe saber usted también que la Abuelita
abrió un cajón del escritorio y sacó también su agenda amigo. Y que también la
abrió al azar, y que también husmeó por sus intimidades. Unas hojas más
adelante encontró la pequeñísima e insípida reseña a los Girasoles de Van Gogh,
la que usted mismo guardó del calendario exfoliador aquel lunes 7 de noviembre.
Agarró sus botellas amigo y las probó todas para elegir lo que deseaba tomar.
Se dirigió a su armario, vieja metiche, y al correr la puerta, por supuesto que
se encontró con sus frascos de homeopatía; seguían colocados de forma que un
almacenista las hubiera guardado. No satisfecha fue más lejos querido
Secretario, detrás de los frascos vio el montón de botellas de dos litros que
usted celosamente cuida, con sus etiquetas todas de Coca-Cola, llenas hasta el
cuello como a usted le gusta almacenarlas, de
ese líquido mágico, de color pálido y amarillento. “`Tomar 10 gotas c/12
hrs´ –leyó del primer frasco-. `Tomar 15 gotas antes c/alimento´ –ojala se
anime a probar alguna, por fisgona-. `Untarse 10 mililitros antes de dormir´
–fue leyendo en las etiquetas rotuladas de los frascos preparados-.” Al salir
de la habitación, en la sala, encontró a los muchachos.
“En
el regreso por nuestros pasos –Confianza-, Mi Secretario, Octavio, Matías, el
Padrino y yo, fuimos en busca de tu Abuelita.”
Fuimos,
Confianza, a la época en que fuiste niña y empezabas a creer que podías cambiar
el mundo, cuando todavía no sabías que si hubieras querido hacer otra cosa, no
habrías podido cambiar nada, pues tu estrella natal te había designado esa
misión. Los astros habían designado para ti, también, que cuando fueras esa
niña de siete años tu cuerpo fuera como un palo de escoba y que de las plantas
de los pies a tu poro más alto en el casco del cuero cabelludo, midieras tan
sólo un metro y catorce centímetros. Pero los astros, Confianza, se habían alineado con esa intención para que
descubrieras que la altura que realmente importa es la distancia que se mide
entre una idea o un sueño que nacen en el corazón y la punta del cielo. Y esos
mismos astros te habían hecho descender de una abuelita biológica que moriría
cuando tenías 21 años, ¿te acuerdas?, lloraste porque descubriste lo que
significaba una pérdida; y para que no te sintieras tan sola te otorgaron el derecho
de convivir con una de tus abuelitas cósmicas. Y ese es el problema Confianza,
que no la encontramos. A tu abuelita. Se nos perdió en la casa del Señor
Barrigas.
“Por
eso es que no vine a dormir anoche, por andarla buscando. El viernes en la
noche salimos a cazar una experiencias, pero la cosa se puso como que quería y
pues ya ves. Tu Abuelita era la que más nos animaba, se organizaba unas manos
de lotería que, si tu supieras, a todos nos convenían. Por cierto la Mano te
envía saludos con una palmada amable, así como ésta. Y en el túnel de Hidalgo,
no lo vas a creer Confianza, pero tu Abuelita nos abrió unos portales que sólo
ella conocía, decía; y nos perdimos en el tiempo. Pero ahí tienes que el túnel
se nos terminó y despertamos en el bocho. Y tu abuelita no estaba. Entonces una
gitana… no Confianza, no son mentiras las que te estoy contando, te juro que
todo eso pasó. Una gitana, te digo, nos dijo que no la íbamos a encontrar, que
lo único que podíamos hacer era intentar
recuperarla y que para eso lo único que podíamos hacer era andar nuestros pasos
para atrás. No te enojes Confianza… no era una vieja bruja, era una gitana, te
digo; y no, no me leyó la mano. Todos estábamos entregados en nuestra empresa
de recuperar a tu abuelita cósmica, pero tú sabrás como cualquier otra persona
que haya conducido por la Avenida Hidalgo, que entrar al túnel en reversa, por
la parte de enfrente, un sábado de quincena a la una de la mañana, es algo
particularmente complicado. ¿Cómo que porqué fuimos hasta el sábado? El viernes
se nos había acabado, además tu Abuelita nos dijo que para nosotros los
portales iban a estar abiertos desde las 12, ya sabes como le gusta la mistiqueada y por eso eligió la media
noche, pero también nos dijo que regulado como expendio de cerveza, antes de
esa hora no había entrada. Ya ni tuvimos tiempo de buscar a JS para que nos
diera el frasco que te iba a mandar y darle las velas que le enviaste. Aún así
lo intentamos Confianza. De eso, pero de eso nada más, no te debe entrar duda
alguna, de que lo intentamos. En una de nuestras intentonas yo mismo fingí,
donde comienza el túnel, por González Ortega, una aparatosa fractura en el
tobillo para congestionar el tráfico. Pero lo que nos daba tiempo en realidad,
era el melodrama que montábamos Matías y yo. Los carros no se detenían para
nada, a pesar de circular más despacio, eso sí. Nos volteaban a ver con cara de
apuro, como queriendo ofrecer ayuda. Ah!, fueron tan gentiles, nos gritaban que
nos quitáramos, -Quítense pinches fantoches- y nos emocionábamos más; nos
gritaban que nos moviéramos, -A chingar a su madre…- y agregaban –putos…- o
–pendejos…-. Nosotros interpretábamos los claxon sonando como aplausos y ahí
vamos otra vez, pero la gente ya no nos creía nada y menos se paraban y más
rápido aceleraban. De muchos modos Confianza. Te estoy dicie… Te estoy diciendo
que lo intentamos de muchos modos. Por eso… Pero… Es lo mismo que estoy
diciendo! No es fácil poder aceptarlo. No, nadie está diciendo eso. ¿Eso qué
tiene que ver?”
“¿Entonces
de qué estás hablando?”
“No.
Encontramos. A. Tu. Abuelita. Y que si llego hasta ahora domingo es porque me
la pase toda la noche buscándola. ¿Verdad weyes? Es más, hasta debería tener
algo de gratitud, en lugar de amenazarme con esos ojos de pistola.”
“En
serio, ¿de qué estás hablando? Tu Abuela se quedó un buen rato esperándolos
cuando salió del baño, pensó que habían ido a comprar unas cervezas para el
camino y que iban a regresar por ella. La encontré con un frasco de homeopatía
con una etiqueta que dice: PACIENCIA tomar 5 gotas c/20 min. Nos tomamos un
chocolate juntas y mejor se fue a dormir. Al día siguiente la lleve a su casa.
Que estaba preocupada, me dijo, yo creo que quiere saber cómo está su Bocho. Y
que le avisaras cuando llegaras.”