La Miseria y La Experiencia

Hace unos días que Mi Secretario camina con la mirada hacia el pasado. Él que siempre ha sido un soñador, se puso nostálgico. Lo que me preocupó más fue que dejó de hacer las cosas que tanto le gustan. Dejó de pasearse en su bicicleta y en cambio se dedicaba a leer mi periódico, a robarse de uno por uno los cigarros de mis cajetillas Marlboro 14´s, a ordenar absurda y obstinadamente las ideas y a podar y regar el jardín, pero sin hablarle. Yo que lo extrañaba me puse a leer sus escritos, sentado junto a la mesita colocada al lado del escritorio, también con la mirada cabizbaja; sorbiendo pequeños tragos aleatoriamente de cualquiera de las botellas amontonadas en el piso entre la mesita y el librero y habría continuado así, descubriendo que las botellas más vacías  contenían whiskies sutiles o vinos a punto de oxidarse, de no ser por su novia que me confundía con él y apoyando su mano en mi hombro me lamía la oreja con un beso ardiente.

Cuando menos lo esperaba me descubría paseando por toda la ciudad, arrepentido de haber elegido la cámara réflex de 35 mm en lugar de la Polaroid instantánea, retratando a todos los amigos de Mi Secretario que le enviaban saludos. Él, mientras tanto, se levantaba temprano cada mañana, llegaba puntualísimo a dar órdenes en el negocio familiar y resolvía todos los pendientes que nunca dejaban de serlo cuando yo los cuidaba, es que me daba miedo  que se olvidaran de mi si los remediaba y que, sin su independencia, nunca resolvía.

De aquella confusión, el mejor día que recuerdo es en el que amanecimos mareados del humo de las ochos cajetillas de cigarros que nos fumamos la noche anterior. Él contándome y dictándome sus memorias y otras mías, pero que en ese momento Mi Secretario ya concebía propias; yo pensando en la primera conjugación del gerundio al momento de anotar y anotando, entonces, la palabra: esdrújula, pues en ese momento no teníamos la capacidad para distinguir dónde iniciaba yo y dónde terminaba Mi Secretario; y escribiendo discursos y chistes para ser contados ante el menor indicio de aburrimiento o falta de conversación entre él y yo, o entre él y Confianza o ya en confianza entre cualquiera de nosotros dos con el primer desconocido con el que nos topáramos. Después me contó del procedimiento para fabricar incienso y durante más de media hora fue alquimista y me habló del olíbano y me contó que los somalíes lo utilizan como goma de mascar y no para las baritas aromáticas, y fue brujo con las recetas que me facilitó para ilustrarme el empleo del benjuí y la resina de pepino con pétalos de rosas para otras variedades  de inciensos; yo me le quedaba viendo, o él a mí, pensando más bien que todo aquello que recitaba tenía una relación directa con la combinación entre el paquete de papel arroz para forjar pitillos con tabaco a granel y el contenido de una bolsita misteriosa que guardó dentro de una pequeña caja que colocó al centro del escritorio. Antes que terminara, pues ya estaba cansado y un poco aburrido, yo le expliqué que el Señor Barrigas es un tipo fenomenal, tanto que no le importa apropiarse cualquier nombre en fin de que Verónica sea feliz, así una noche pasaba de ser Memo a Mao Tse Tung, a Panda o a Güero.

Además hablamos de la importancia con que se sienten las personas con sus carteras llenas de papeles, que habían dejado de ser billeteras pues los papales que las rellenaban no eran exactamente esos de lo que se emiten en el Banco de México y debatimos y conversamos y discutimos de muchísimas cosas más. Lo extraño fue cómo la tristeza, disfrazada de miseria, se metió entre nosotros y se sentó frente a nuestras narices y nos observó con lamento y nostalgia; mientras llegaban a nuestros oídos desde algún rincón de la habitación, las lentas y lamentables notas de Nick Urata, en forma de débiles ondas sonoras que intentaban aligerar todo aquello con su borroso color, que cantaba Dearly Departed. “A mí no me molesta” dije como Secretario; “yo ni la conozco” dijo mi Secretario, pero no dejó de mencionarme lo miserable que son muchos hombres a quienes se encuentra cada mañana transitando por la Calzada, todos ignorando a los árboles que tienen ahí años y años esperando que los vean, lo triste que son esos mismos hombres que caminan sin escuchar el alegre trino silvestre de los jilgueros y sin percibir la sonrisa de las personas felices, la sonrisa misma mía y eso me hace miserable –“a mí también”, dijo; además aceptamos con resignación la miseria de quienes la viven como estilo de vida.

Mi Secretario, dijo Mi Secretario, reprocha a los incautos que no entienden la diferencia entre este café muy caliente y la amarga acidez de un exacto espresso, extraído durante 10 segundos para obtener la mágica onza de aquel brebaje casi sagrado que al agregarle agua se converte en insípido café americano. Y mientras evitaba quemarse la lengua con su muy caliente café, se acordó con melancolía de la tarde en que un ingenuo e inocente pajarito le contó la historia del café americano y la simpleza de su nombre y le daba un sorbo y se calentaba la garganta y otro sorbo y se calentaba el estómago. “Pero bueno” dijo, y siguió escribiendo.

La miseria en que se introdujo fue tal que ya no era posible tampoco distinguir entre su miseria real y la miseria empáticamente adoptada de los demás, la cual me provocó tanto contratiempo, me dijo, y que al compartirla me ocasionó depresiones, despechos, frustraciones y casi hasta traumas, tuve que admitir. “Ah, pobre de mí”, le dije a mí Secretario. “¿Pobre de ti?”. “Pobre de mí, sí”. “Y de mí”. Y nos hundimos en un silencio que nada pudo interrumpir y nuestros pensamientos nos permitieron coincidir de nuevo en esa noche-eternidad.

Dándole vueltas a las ideas en la autopista mecánica de juguete en mi cabeza, intentando olvidar La miseria de la Filosofía, de la que Marx no gozó ni tanta experiencia, pero si mucha crítica, y pretendiendo también dejar de pensar en Pierre-Joseph Proudhon pues al igual que el libro de Karl tampoco había leído, ni pensaba hacer, la Filosofía de la miseria, encontré la mirada de mi amigo y compañero; la seguí y encontré la caja sobre el escritorio que estaba ya entre nosotros, a la cual claramente le estaba echando unos ojos.

En ella se guardaban lágrimas nunca lloradas y confidentes, nudos de garganta amarrados por Almirantes para instruir a los Grumetes, canciones dolidas de cursis serenatas, besos no entregados, suspiros secretos, miradas tímidas, historias –como la de mi Secretario- nunca contadas…

Esa cajita de madera cubierta con una excelente alforja metálica de pewter detallada con remates de diseños vintage al relieve, con su pequeño sol justo al centro de la tapa y forrada con terciopelo rojo en sus cuatro costados guardaba también cartas de amor y desprecio, escritas todas con el corazón en la mano, derramando sangre de tinta negra pero nunca entregadas; papeles fotográficos grabados con momentos inolvidables y fotografías mentales de eventos de los que nadie, nunca, debía enterarse. Flores marchitas, chocolates derretidos y polvo… sobre todo polvo, del que yo creía mágico cuando era niño, que cubría ese pequeño sol con forma de flor vista desde un ángulo cenital y que abrazaba toda la cajita con su pequeña flor-sol con pétalos desproporcionadamente pequeños que protegían los secretos de la caja, y los míos y los de mi Secretario.

De esa misma cajita se podían sacar besos robados, amores no correspondidos, ídolos imaginarios, monedas antiguas, cigarros caducados, ilusiones destruidas, promesas inalcanzables, ideales imposibles, sueños frustrados, corazones rotos, un pedacito de miseria capaz de agobiar al mundo entero y una cita adhesiva con un montón de experiencias pegadas a su alrededor. La miseria que se nos escapó de la caja era tan real que parecía feliz cuando salió volando como palomita fúnebre. Volando alrededor de la habitación cubrió de tristeza, vacío y desazón todos los rincones y nos llenamos de ella respirando el aire denso y el humo que fumamos. Sin ánimo la espanté a manotazos cada que pasó sobre mi cabeza. Y mi estimado amigo, entonces secretario, ni siquiera tuvo a bien enterarse de lo que ocurría mientras seguía fumando.

La saturación de vacío y la metamorfosis de la miseria me condujeron al absurdo de todo aquello. Y ese silencio insalvable terminó con un simple y seco “se me terminó el café.” “¿Quieres más?” “No muchas gracias, ya he tenido suficiente”. “Yo también, pero de todos modos voy por más”. –Ah bueno, dijo. –Ok, contesté y antes de levantarme del escritorio para dejar de ser mi Secretario anoté las últimas ideas, guardé los papeles a los que siempre les gusta pasear dentro del cuadernillo negro, me tomé los últimos tragos de su café, puse el punto final a la miseria y cerré el cuaderno.

El Rey Mudo


                     Y es que el verdadero cuarto, nuestro cuarto, era 
inalcanzable. En vano acariciábamos las paredes
besábamos el piso. En vano nos propusimos una
noche 
lamer cada centímetro cuadrado de las
paredes.Acabamos
en la madrugada con la lengua
seca y llena de caliche y 
telarañas, y para entonces
el cuarto había cambiado quién 
sabe cuántas veces
de color, de dimensiones y de luz y se 
nos había
escapado una vez más.


La fiesta se celebraba en un lugar en el que nunca, en toda mi vida, había estado antes. Ni siquiera sé cómo llegué, ni por qué estaba ahí. Lo que sí sé es que al centro del patio donde nos reunimos había absurdamente una alberca, de unos tres metros de profundidad y de azulejos blancos, con tres metros de ancho y cinco de largo, o viceversa. En tres esquinas de la alberca se encontraban tres columnas jónicas, el capitel de cada una era tan desproporcionado que personas desconocidas lo usaban como trampolín para tirarse clavados. A pesar de que las columnas no superaban los tres metros de altura, la caída antes de sumergirse en el agua tardaba de 15 a 20 segundos.

Por la parte larga de la alberca, del lado opuesto de la terraza, había una improvisada orquesta sinfónica a nivel de piso, tocando música de banda. Detrás de ellos, las medias columnas corintias incrustadas en la pared, contrastaban sin armonía con las de la alberca y menos aún con los soportes negros tubulares que sostenían las tejas que formaban la terraza. Del lado izquierdo de la orquesta-banda había cuatro hileras desordenadas de sillas donde se sentaban los invitados; unos parecían contentos por el simple hecho de estar ahí; otros no entendían si estaban en un concierto o si debían esperar algo más y el resto simplemente estaba. Entre ellos se encontraban sentados una amiga, de la que no existe razón comprensible de su alegría, a la que mandé sentar en la mesa de asistentes conocidos; y un amigo. Con él me lancé de clavado a la alberca, para no rodearla caminado pues íbamos a no sé dónde, y me sorprendió sobremanera la habilidad de mi compañero para vaciar su copa de agua y servirla de vino tinto. Y más aún su capacidad para conversar mientras cruzábamos la alberca y beber de su copa sin agitarse y desplazarse sin esfuerzo. Cuando llegamos a nuestro destino estuvimos conversando entre nosotros, principalmente, y de vez en cuando observábamos al rey de piedra parado a nuestro lado entre la alberca y la parte techada del patio.

 Estaba parado aburrido como estatua cuando me di cuenta de que ni mi amigo ni yo hablábamos ya. Éramos orejas de aquella estatua de un rey ignorado desde que fue esculpido y hasta entonces. Recuerdo nítidamente cómo le cortamos con espadas milenarias las ramas que le crecieron de la boca y lo abrazaban hasta la cintura; y las raíces que le amarraban las muñecas y los tobillos. La enredadera que lo poseía era parte de la creación de su propio pensamiento que no podía controlar. Cuando terminamos de limpiarlo él solo se sacudió el resto del polvo y no dejó de renegar ni de quejarse. Se movía con agilidad y ligereza a pesar  de sus 300 kilogramos de piedra. El assemblage de su detallado uniforme y su complexión total eran imperialmente armoniosos. El aplomo diplomático con el que se dirigía, su entereza y su personalidad cuadraban perfectamente con su tono de voz, suave, firme y con carácter. Su tez terracota brillaba a pesar de que en aquella tarde no había sol; pero en ningún momento comentó algo distinto a los remilgos y pesares  que acumuló por décadas. Era todo reclamos y quejas. En menos de tres segundos bebí un tercio de mi copa de vino, pero sentí la embriaguez y el sopor de haber ingerido tres botellas completas yo solo. Mi amigo, a pesar de estar parado a mi lado, se había marchado no sé a qué lugar, ni cuándo, ni con quién y mucho menos por qué no estaba yo con él.

Apenas alcancé a comprender que aquel ramaje era un cáncer desarrollado en el rey de piedra por su incapacidad para expresar su necesidad de atención y deseo de cariño. Busqué la mirada de mi amigo y descubrí que entendía aquello tan bien como yo mismo. Y supimos el por qué de estatuas sin brazos, gárgolas sin ojos, esculturas con los ropajes desgarrados y derruidos, de edificios cojos y ciudades abandonadas.

Secretarismo International

-   …la Estenotipia señoras y señores, la Braquigrafía y la Taquigrafía! Terminó su discurso la maravillosa secretaria de mi Secretario. La mejor representante de la secretaria que todo jefe quiere tener sentada afuera de su oficina para que le sirva el café por las mañanas, le recuerde la hora de la comida por la tarde y le comprenda el agobio generado por el estrés de la rutina cotidiana.

Después de su intervención, de la forma más organizada todos los asistentes a la asamblea debaten al mismo tiempo y de la manera más democrática cuál es para cada uno de ellos la forma más útil, cuando requieren eficacia, o la más moderna, cuando buscan frescura y actualidad, o la más bonita, cuando necesitan infalibles eufemismos, para llevar las anotaciones de las minutas. Durante este ordenadísimo caos, todos comprenden lo que todos dicen y por si alguna vez ocurriera que alguien no capte alguna idea, nadie se preocupaba pues todos a su vez registran lo que hablan y escuchan, por supuesto.

Durante las juntas siempre se pretende actualizar el lenguaje de la escritura secretarial para integrarlo en el progreso y la modernidad. Pero nunca se logra porque el progreso es un concepto no muy bien recibido y la modernidad se pierde entre la gran cantidad de suspiros arrancados sin querer por el romanticismo de continuar escribiendo a mano. También se realizan, durante y exclusivamente los primeros cinco minutos de junta, competencias para premiar al secretario que anota más rápido, o al que retiene mayor información, o al que puede escribir una carta completa con una mano y engullirse un café americano grande con la otra y terminarlos al mismo tiempo.

Son miembros del Club los secretarios de las instituciones bancarias y de salud. Los secretarios de las organizaciones privadas, las secretarias de las compañías de televisión abierta y las de la cerrada también; los y las secretarias de Gobierno, de las escuelas, de los despachos jurídicos y contables, de las bibliotecas, de las fábricas de papel,  de las compañías de manufactura en serie, de la industria textil; las secretarias católicas, cristianas y evangélicas; los secretarios judíos, musulmanes, ateos y protestantes; los secretarios deportistas, los budistas, hinduistas y sijistas; los secretarios mensajeros, los románticos, los enamorados, los subversivos, los aventureros, los de mentalidad cuadrada y los aburridos. Los que viven a dos o tres cuadras de la playa y comen aguachil cada domingo para aligerar la resaca, los secretarios mecánicos que en el momento más oportuno te invitan un taco de con Gabino y los que viven en las montañas y beben mate o butter-tea. Los del Banco Mundial, los de la Reina Isabel, que se la viven comprobando que Su Majestad no está chimuela o mejorada con lentes en ninguno de los billetes de todas las colonias; los que no le cuentan a nadie ni un secreto y los resguardan con sus vidas en el Pentágono, los que expían pecados en el Vaticano, los de Greenpeace y los de Amnistía Internacional; los secretarios y secretarias que se levantan temprano cada mañana para ordenar los informes, discursos, presentaciones, recomendaciones y reformas que nadie lee, "carajo, por eso estamos como estamos", se queja siempre mi secretario en el Buzón de Quejas Irrelevantes instalado en el escritorio de su oficina, las cuales solo él lee y para las cuales si no les encuentra solución por lo menos les otorga una excusa o una explicación, esos que ordenan las ideas que harían del mundo un mejor lugar para vivir y que al parecer son los únicos que  se organizan en las Naciones Unidas. Las hermosas secretarias de los certámenes de belleza, los Aliados-Secretarios de los Sindicatos Mexicanos y los Camaradas-Secretarios Comunistas, de los que estamos ampliamente orgullosos pues hemos logrado alinearlos ideológicamente a nuestro servicio al menos durante el tiempo de las sesiones y que nos garantizan que nadie nos emplazará a huelga.  Los idealistas, que siguen creyendo y soñando en cambiar el mundo, y los fundamentalistas, extremistas y reaccionarios, que son los que cambian el mundo con bombas molotov, discursos revolucionarios y movimientos independentistas. También los gordos y fofos que escriben con trabajo pues toman sus lápices y plumas como si fuesen tacos o hamburguesas. Y hasta las sensuales secretarias que han provocado divorcios a través de la historia del engaño, pues aquí no se discrimina a nadie. En fin, fueron afiliados al Secretarismo Mundial, por el noble hecho de ejercer su necio quehacer, los secretarios y las secretarias de todos los tamaños y colores, de todos los ámbitos y sectores, de todas las actividades y niveles, en pocas palabras todos los secretarios del mundo, es más en una sola: todos. Todos y cada uno ellos forman parte del Club de Secretarios de mi Secretario.

Entre los secretarios que mejor nos caen se encuentran los buzos, pues a ellos debemos el reconocimiento cuando hacemos las cosas bien y porque nos cuentan historias fantásticas de barcos y peces y submarinos; están en esta lista también los secretarios pilotos que trabajan para Mexicana, para American Airlines, Quantas o LAN, y los de las aerolíneas menos populares también, a quienes no les importar que el destino se salga con la suya y nadie se entere que  son los más puntuales y excéntricos, pues no es muy común conocer a un secretario piloto rumano con ascendencia libanesa y francófono, lo que se entiende mejor cuando conversas con nuestro Amigo-Secretario-Piloto Rabie Alaf, hijo de Jaled Alaf quien emigró a Italia al finalizar la Segunda guerra Mundial y no encontrando allí la suerte económica que buscaba pero si a Ileana Raluca Vasile, a quien enamoró tan profunda y perdidamente como él se sintió de ella desde aquella tarde desoladora cuando Ileana le confesó llorando y llena de mugre que odiaba Italia y que quería regresar a Rumania y ser feliz, y Jaled que nunca había experimentado debajo de su camisa y sus calzones aquel hormigueo espantoso le prometió que le cumpliría sus deseos si lo llevaba con ella y así fue que Jaled aprendió francés para conquistar a su amada con el lenguaje del amor sin saber lo inútil que le resultaría cuando lo aceptaran en el aeropuerto Aurel Vlaicu en Baneasa como maletero, pero que de todos modos lo haría tan feliz tantas y tantas tardes y noches de amor italiano y rumano, libanés y francés, del que surgieron Nicoleta Alaf y Razvan Alaf, madre y tío de nuestro amigo Rabie, quienes para llegar a las reuniones aterrizan en puertos improvisados; o a una Secretaria-Azafata hongkonesa con pasaporte chino y británico. También desfilan por la alfombra de nuestros predilectos los secretarios dibujantes, caricaturistas y cartonistas que nos sorprenden con su capacidad de ejercer en completa plenitud el ejercicio de la imaginación, que tan a menudo nos solicita la llevemos de paseo, y la representan como a ella más le gusta: con trazos transformados en imágenes, y que nos preparan informes ingeniosísimos para explicárnosla; y los secretarios que fabrican espejos y son divertidísimos porque siempre viven confundidos con la realidad debido a su imposición y costumbre  de vivir a la inversa, a través del reflejo de la luz en el cristal pulido, que entonces cuando ingresa un Secretario Anónimo a la Sala de Juntas por la puerta derecha creen que si voltean de espaldas lo verán entrar por la puerta que debería estar en la izquierda, pero que no está pues la puerta por la que ingreso el Secretario Anónimo para subir a la Tribuna es la única de la sala y sobre todo porque no hay un solo espejo en ella.

Nos contamos tantas y tales historias que ya hasta nuestros Compañeros-Secretarios-Psicólogos y Filósofos no nos analizan y los Colegas-Secretarios-Sociólogos y Antropólogos han dejado de estudiarnos. Y lo más maravilloso es que todo acontece en exactamente 5400 segundos, que corren puntualmente a la hora establecida por mi amigo Secretario-Presidente y que cualquiera puede comprobar sin el menor problema pues nuestros secretarios alemanes y japoneses son rigurosamente respetuosos del tiempo. Sabemos, además, que nunca le robamos ni en segundo más a nadie porque los medimos con los exactísimos relojes suizos que fabrican a mano los compañeros secretarios de la compañía de relojes; y para todos aquellos incrédulos para quienes nada de lo anterior es suficiente prueba de nuestra eficiencia podemos mostrarles las cartas archivadas cronológicamente y certificadas por nuestros secretarios notarios.

Pero, ¿y qué es formalmente lo que se hace en el Club de Secretarios? Eso no se los puedo responder yo, si no mi Secretario; pero hoy no vino. Se quedó en casa, tranquilísimo sabiendo que yo Amigo-Secretario y el Secretario-Señor-Barrigas lo representamos guistosos, “gostosos, você quis dizer” me corrige el secretario brasileño sentado entre el Señor Barrigas y yo, cumpliendo responsable su labor de Secretario-Secretario, repasando sus pendientes, revisando los Test de Espontaneidad Sustanciosa y el Manual Único Para Secretarios.

Conociendo al Secretario.


-      Cuando te rasuras te pareces casi a tí mismo cuando nos conocimos.
-       Yo prefiero no rasurarme.
-       Te ves súper chistoso.
-       Afeito toda mi personalidad cada que me rasuro.
-    Si después de rasurarte te peinas, te perfumas, te pones zapatos, una corbata y me hablas bonito te haré el amor como cuando nos conocimos, en honor a la suavidad de la memoria.

Mi Secretario se quedó serio, escuchando el agua de la regadera cayendo en el piso, a su novia bostezando y rozando su cuerpo sobre la cama de estirarse como holoturoideo apenas despierto o como cecilia modorra, el golpeteo del rastrillo en el lavabo sucio y el pesado respirar del Señor Barrigas que nunca se levantaba temprano cuando debía. Serio, volteó todo su desnudo cuerpo y viendo fijamente a los ojos a su novia le dijo:
-       Soy Sansón, siento superficialmente el sufrimiento sobre mi ser.
-       Vaya, se te están despejando las ideas.
-     Lo que se me está despejando son los cachetes y las palabras Señora. Si su suéter sube sobre su sobaco y seis sabanas somníferas sacrifican sin sentir lo suculento del sexo (sobre todo lo lento, porque lo sucu no se saborea sonriendo) sería sincero y le declararía que sueño siempre con sus suaves senos.

Dicho esto terminó de limpiar el lavabo, no dejó ni un solo pelo de la rala barba o de su incompleto bigote recién rasurados, ni tampoco dejó rastró de la pasta dental mal escupida que había salpicado hasta el espejo y embarraba las llaves del agua y el grifo y se metió a la regadera.

Su novia se quedó acostada en la cama y de las ochos opciones que se le ocurrieron por hacer, decidió que esperar al Secretario, para ser la primera en verlo y sentirlo rasurado después de tantos meses, sería la mejor.


-       Que verde tan feo para unos calcetines, le dijo. Pero él no respondió nada. De hecho actuó como si nadie le hubiera hablado y estuviera solo en la habitación.


Después de meter las piernas juntas a través de aquel invento tan ingenioso con tres orificios, uno mayor y los otros dos menores que las separan, mejor conocido como pantalón, el Señor Secretario se ponía siempre primero el calcetín y el zapato del píe derecho y después los del izquierdo; cuando terminó de anudar las cintas del ritual cotidiano volteó a ver a su novia y sin más le dijo: cuando su sombra sin sillón se refleja subterránea, siembra señuelos sin suelo suficiente para contener el semen y el sudor que sentencio seria y serenamente saciar sobre usted.
-       Qué pena que tengas que irte a trabajar. ¿Y si no vas?
-       Suma sugerencia.
-       Bueno, llega tarde.
-       Soy un ser serio. Pero suponiendo que si el día se sitúa susceptible y supersticiosamente sostenemos que si subrogamos sermones sentenciosos sobrarían socios sin rasón (sic) para someter a los sirvientes a un soliloquio soluble, casi sí sería capas (sic) de quedarme.
-       Y todo sólo porque te quitaste la bufanda natural que te abrigaba la garganta.

Otra vez se quedó inmóvil un instante de fracciones de segundo y en automático respondió: las siguientes sílabas sustentan, sostienen y soportan cuantiosa simpatía: son-ri-sa.
-       De todos modos ya se te hizo tarde. Comete tu desayuno.
-     Su señoría: si me lo permite deseo silbarle una sublime sonata mientras le sobo el sur sin sacarle sustos, salvoconducto de terminar con esta secesión sentimental. Si sabe ser subjetiva subsídieme el suplicio de un sordo soroche y con su sopera soltura suplante en la solemnidad del silencio supernovas submarinas para sorber de sopetón y eliminar la sólida sospecha del sosiego, pues la superioridad de esta sagacidad siquiera sale bajo la lus (sic) del sol, so pena de suspirar la soledad en el smog de la sociedad sistemática y de solapar la saciedad de la sobredosis de esa seducción sofisticada y soez amarrada de la puntita con una soga de soldados y septentriones y serpientes para prolongar este sibaritismo semanas y semanas y semanas enteras.
-       ¿Por qué estás hablando todas las palabras que conoces con la S?
-       Si supieras sería sensacional y no tendría que contarte mis seis más uno, es decir, siete secretos.

Pero la novia de mi Secretario no entendería durante el resto del día lo que él quiso decir, pues justo cuando terminó la frase ya estaba montado en su bicicleta pedaleando a la Siberia sideral sintiendo el frío de aquella mañana otoñal en la mejilla aún húmeda por el beso de despedida y pensando en el día que Dios le puso ramas a los árboles, o cómo se habría sentido el mismo dios para tener la necesidad de crear y ponerle una sombra, propia y única, a cada cosa que existe y concluyendo que Dios no satisfecho con crear el cielo y el universo todavía tenía que ponerle sombra a todo lo que en ellos habita.
-       Seguramente también se inventó una fábrica de sombras, dijo en voz baja para sí mismo. Con todos sus empleados y sus cajas llenas de tonos grises en toda la escala entre el blanco, para poder revelar las sombras de los negativos, y el negro. ¿De qué tamaño será el universo infinito que refleja la sombra proyectada por el infinito universo? Pero bueno, al fin y al cabo es Dios tomando un poco de sol con una margarita en la mano menos creadora pero más creativa, ah pero que burocrático se puso.
-       Supongo que él mismo creó la burocracia para tener algo en que entretenerse de vez en cuando, alcanzó a escuchar en alguna parte de su cerebro cuando se acordó de su novia  preparándole un lonche.

Antes de fugarse de nuevo en su bicicleta cuando volvió por la lonchera que dejó olvidada, su novia le preguntó otra vez:
               -       ¿Por qué no te rasuras más seguido?
               -       No soy yo mismo.
           -       Tú eres muchos tú mismos, siempre.

A Serónica Selgadillo.